Buenos Aires, 29 de junio del 2002
¡La inmensa mayoría del pueblo argentino es piquetero!. Y decimos esto no sólo porque con esa frase podemos sintetizar nuestra solidaridad con los más pobres y sojuzgados de este país y nuestra más enérgica condena al gobierno de facto de Eduardo Duhalde, el responsable local e inmediato de los salvajes asesinatos cometidos el miércoles pasado. Decimos que la mayoría de los argentinos somos piqueteros porque estamos luchando para sobrevivir.Cuando el jueves por la noche, miles de ciudadanos marchamos por el centro de Buenos Aires para hacer oír nuestra voz de indignación y repudio ante la escalada represiva del gobierno -Argentina esta viviendo bajo un verdadero régimen Terrorista de Estado-, los gobernantes asesinos -tanto Duhalde como el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Felipe Solá- no tuvieron más remedio que reconocer la verdad. Su plan de encubrimiento sistemático había fallado: una verdadera colección de fotografías periodísticas y de testimonios directos constataban lo que el pueblo movilizado ya sabía, que los manifestantes piqueteros habían sido asesinados -fusilados- por el propio jefe de la operación represiva de la policía y otros esbirros del Estado.A esa misma hora comenzó a circular información muy precisa: esas fotografías daban testimonio de que uno de los autores materiales de esos homicidios había sido el propio jefe de la represión, el comisario Alfredo Franchiotti. El mismo que unas horas antes había simulado auxiliar a un joven caído, que no resulto ser otro que el militante piquetero Darío Santillán ya convertido en cadáver por las balas de plomo de Franchiotti. El mismo que en nombre de la policía -es decir del Estado- daba una conferencia de prensa poniéndose en lugar de víctima y asegurando que él y sus hombres sólo habían utilizado material disuasivo.Con más de 24 horas de retraso el gobernador Solá ordena la detención de Franchiotti y sus secuaces porque, dijo, el policía le mintió. Solá, usted es un cínico y es cómplice directo de los asesinos. Su comisario y los otros esbirros de turno deben ser detenidos, juzgados y condenados por asesinos, no por mentirosos.
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